Me
la habían mandado a guardar. El mismo garca que antes trabajaba en
Supermercados Carlan, ahora laburaba en una nueva cadena del interior de la
provincia de Córdoba. Me compró cinco máquinas de catorce lucas cada una. Las
pagó con seis cheques, el primero entró bien, pero hubo que devolverle la mitad
de la guita: su comisión. El segundo vino de culo. Lo estaba yendo a buscar.
Dejé
a los chicos en el colegio a las ocho de la mañana y salí de raje a Don
Torcuato, donde estaban las oficinas y planta acopiadora. Garuaba. Avanzaba por
la avenida Galván hacia la General Paz, a treinta metros el semáforo cambió,
sin pasar por amarillo, a rojo. Toqué apenas el freno. La poronga patinó
directo hacia el único auto detenido. Saqué el pie del pedal, maniobré con desesperación. El Renault 9 se ladeó para un
lado y después para el otro. Con el guardabarro delantero izquierdo rompí todo
el lateral derecho del otro auto, un taxi.
—¡No
lo puedo creer! –me agarré la cabeza. Del taxi salieron disparados un hombre y
una mujer. Ella empezó a golpear el vidrio de la ventanilla con el puño y gritaba.
—
¡¡¡BAJÁ, HIJO DE PUTA, BAJÁ!!! —en ese instante sentí una furia demencial y en
ese estado la miré. Toda su jeta ocupaba mi espectro visual, noté el cambio de
expresión. Retrocedió un par de pasos. Abrí la puerta y salté del auto. El
hombre la tomó por los hombros, la tranquilizó. La reacción de él también fue
como un bálsamo para mí.
—Hablemos
con calma –dije–. Perdí el control del auto. Discúlpeme. – ella se largó a llorar.
—Recién
lo sacábamos del taller –gimoteó.
—¿Del
chapista?
—Nos
había chocado un colectivo –aclaró el varón.
—Tengo
seguro. La culpa es mía, la compañía les va a pagar el arreglo.
—¡Qué
seguro ni que seguro! ¡Pagan cuando se les da la gana y siempre menos de lo que
sale el arreglo! –chilló ella. Yo saqué mi porta documentos del bolsillo
trasero del pantalón, lo abrí con parsimonia, separé la licencia de conductor y
la tarjeta del seguro.
—Intercambiar
nuestros datos y denunciar el accidente es todo lo que podemos hacer –dije y miré la tarjeta del seguro. Estaba
vencido, no tenía cobertura. No sé si ellos percibieron mi reacción, todos los
pelos del cuerpo se me erizaron y desde las profundidades del estómago se elevó
una ola de angustia –. Espere un momento que llamo a mi asesor de seguros a ver
qué se puede hacer – les dije como buscando una solución. Había dejado el
celular en el auto. Fui a buscarlo. No estaba. Putié. Me puse a buscarlo
frenético. Se había caído debajo de una butaca. Llamé a mi asesor de seguros, la
pareja me miraba. Me alejé unos pasos.
—Diego,
habla Eugenio –me contestó medio dormido– Acabo de pegarme un tremendo virulo
contra un taxi y me vengo a desayunar con que tengo el seguro vencido hace dos
días ¿Qué hago? El que tiene la culpa soy yo.
—Arreglá
para que hagan la denuncia pasado mañana. Ahora renuevo la póliza en la misma
compañía. Después que hagan el reclamo y que le
cobren al seguro.
—Acaban
de sacar el coche del taller de chapa y pintura ¡No sabés el drama que es esto!
¡Tenemos que arreglar el auto ya!
—¡¿Estás
loco!?
—No,
Diego. Esta gente no va a transar con lo de falsear la denuncia. La mina llora
como si le hubieran raptado un hijo.
—¿Dónde
estás?
—En
Galván y Huidobro.
—Listo.
Lleválos al taller de un amigo en Melián y Tamborini. Se llama Julián. Yo le
aviso ahora por teléfono que vas vos con un tacho. Igual los dos van a tener
que hacer la denuncia dentro de cuarenta y ocho horas. No te olvides de
hacerles firmar un poder en el que les ceden los derechos de reclamar el
siniestro a Julián. Yo después arreglo todo —corté y me acerqué a la pareja.
—Ya
está todo encaminado. Vamos a un taller de chapa y pintura que trabaja con mi
productor de seguros y ya se ponen a trabajar en el coche. Ustedes le firman un
poder al dueño del taller y él se arregla con la compañía.
—¡Yo
quiero que arreglen el auto en mi taller! —chilló de nuevo la mina.
—Cuchame…
te voy a hacer muy franco, si no lo hacemos como te estoy proponiendo vas a
tener que ir a juicio contra mí y no vas cobrar nunca más…
—¿Y
el seguro? —preguntó el hombre.
—Se
venció hace dos días. Estoy sin seguro —si estaban angustiados, pasaron a estar
aterrorizados—. Yo no quiero arruinarles la vida. Esta es la mejor opción que
tengo ¿Me siguen al taller?
—¡Las
pelotas te seguimos! —rugió ella— Vos me pagás ahora o te rompo todo el auto a
patadas.
Le
creí. Tenía que resolver esto ahora.
—¿Cuánto
sale el arreglo? —pregunté mirando las daños del taxi. Ella codeó a su
compañero.
—Yyyyyyy….
No menos de diez lucas —calculó el tipo. Metí la mano en el bolsillo interior
del saco.
—Este
cheque es por once lucas seis cientos. Está al día. Se lo llevan y asunto
terminado.
Se
miraron.
—Es
bueno, de una cadena de supermercados.
La
mina me lo arrancó de las manos. Lo inspeccionó con avidez. Se lo metió en el
bolsillo, se subieron al tacho y rajaron. Me apoyé en el guardabarro abollado.
Saqué los otros tres cheques ¿A quién embocárselos? Total, del laburo, ya
estaba podrido.