miércoles, 25 de noviembre de 2009

El trofeo

La nave es atraída irremediablemente hacia la luna terrestre por una fuerza desconocida. Ot Brun manipula la esfera de cristal con dedos frenéticos. Los comandos vivientes no responden. Abandona la butaca, enfrenta al cilindro de cristal que contiene el cuerpo inerte. Observa al guerrero. Aprieta los puños, él es el único entrenado, lo acompañan tres androides tripulantes, incapaces para la lucha. Despertar a su presa no está en sus planes.
El navío estelar avanza hacia la zona oscura del satélite, aspirado por la extraña fuerza. Ot Brun gruñe. Los Señores de la Vida, cuando contrataron a los esbirros de Rigel, garantizaron que Sol 3 había sido declarado zona de exclusión, que ninguna otra civilización intervendría en las operaciones que se desarrollaran en el área. Ot Brun no comprende qué significa esa intromisión. Insiste con los comandos. No responden. Convoca a los androides. Nada, están inactivos. La astronave atraca con suavidad en una lanzadera invisible. La luz se hace de pronto, deslumbrándolo.
– ¡Humanos! –ruge. Tres de ellos se aproximan. Casi desnudos, sólo con los testículos y el pene cubiertos por una bolsa atada a la cintura. El rigeliano descubre que está dentro de una gruta aislada por una cúpula gravitatoria.
– ¡Abra la escotilla! –ordena un humano, en lengua de Ad-Dabaran. Resoplando, Ot Brun obedece. Los tres hombres ingresan a la nave. Recorren el pequeño laberinto sin dificultad hasta llegar a la sala de control. Ot Brun los encara receloso.
– ¡Están violando la zona de exclusión!
– Nosotros no violamos nada, gigantón. Pertenecemos a esta zona –Ot Brun observa que son puros, sin ningún tipo de intervención quirúrgica ni manipulación genética. Uno de ellos se detiene junto al cilindro de cristal.
– Liberá a nuestro hermano.
– ¡Él me pertenece!
– Nadie lo niega, gigantón. Pero aquí, en nuestra base, los dos son nuestros invitados –interviene el primero–. Liberalo.


Rohul, aún aturdido, rodeado de humanos como él, mira a su alrededor con ojos fascinados. Ot Brun camina con aprensión tras él, escoltado por cuatro mujeres de fuerte contextura. Avanzan por pasadizos cavados en la roca. Hombres y mujeres, todos puros, se unen a la comitiva. El rigeliano, aparatoso en su traje, los mira con recelo. Machos y hembras sólo con sus genitales cubiertos, lo ignoran. El corredor se ensancha y culmina en un gran domo de roca azul. Rohul distingue una figura sentada sobre una plataforma con las piernas cruzadas en el centro de la estancia. La figura se yergue con gracilidad. Todos se detienen. Un estremecimiento turba al guerrero. Sus pupilas se abren tanto que queda por un instante enceguecido. El rostro de Ot Brun se ensombrece. Se adelanta dos pasos. Sus escoltas avanzan con él.
– ¿¡Estás a cargo de este asentamiento!? –la mujer, ataviada sólo con un conchero, deja escapar una suave risa. Los otros humanos la acompañan en la hilaridad.
– Sos muy gracioso…
– Deseo hablar con quien esté a mando.
– Aquí no existen escalafones. Yo soy la que Comprende… ¿si eso te basta?
– Entonces, eres la líder –la piel morena de la mujer refleja luces doradas que penden en el vacío de la gran bóveda. Torciendo apenas los labios, levanta una ceja
– ¿Vos quién sos?
– Ot Brun. Oriundo de Uris, planetoide en la orbita de Rigel, comandante del Domo Austral Occidental en el Planeta Tierra.
– Mi nombre es Ewa.
– Mujer, ¿cómo se atreven a quebrantar el pacto que Johannes Van der Waals V firmó con Los Señores de la Vida?
– Ese acuerdo no nos alcanza. Van der Waals V, sin tener derechos auténticos, pactó sobre los cuerpos de los humanos sobre el planeta Tierra. De mucho antes de ese lamentable hecho que nosotros habitamos la Luna, comandante. En cambio, Ot Brun, vos sí que infrigiste las reglas... –Ot Brun se encoge.
– Nunca he sido un trasgresor, hembra.
– Sí que lo fuiste. Y la trasgresión fue muy grande, comandante. Permitiste que un vampiro de Jabbah se filtre entre los supervivientes puros.
– No… no pude impedirlo…
– Los markabianos no lo van a considerar así, comandante –los hombros del rigeliano caen agobiados.
– ¿Cómo lo sabés?
– Sé que ellos tenían otros planes para el reducido grupo de sobrevivientes humanos de la Tierra –los ojos de Ot Brun se inyectan, comienza a temblar–. Llévenlo a una cámara. Que se relaje, si puede... –las cuatro guardianas conducen a Ot Brun fuera del recinto. La mujer sujeta con la mirada a Rohul. Los ojos del guerrero se anegan. Una convulsión lo sacude. Gime.
– ¿El golem que liberé, era un vampiro? –alcanza a preguntar. La mujer asiente. El guerrero se deshace en un desesperado llanto.
– Déjenme a solas con él.


Ewa y Rohul caminan por una cornisa en lo alto de la cúpula. El paisaje lunar se extiende más allá de la campana protectora. El guerrero mira todo, obnubilado. Sus ojos vuelven una y otra vez hacia ella. Busca captar cada detalle del voluptuoso cuerpo.
– Ewa quiero quedarme aquí – ella sonríe– Te amo, Ewa.
– Es transferencia, no amor –Rohul la toma entre sus brazos. La estrecha con fuerza. Ella lo mira sin temor. La besa. Ella no responde. El miembro viril de él se empina. Le quita el conchero. Ella no lo detiene. Imperturbable deja que haga. Rohul intenta penetrarla. Ewa con un simple movimiento de cadera lo rechaza. Él eyacula sobre los muslos de ella. Rohul cae de rodillas. Solloza. Ella se acuclilla junto a él.
– Tranquilo. Tenés que aprender a contenerte.
– Te amo de verdad, Ewa.
– Sólo me deseas.
– Quiero estar siempre a tu lado.
– Pronto vas a partir.
– ¡No! ¡¿Por qué?!
– Tu destino está atado al del rigeliano. Aceptaste su propuesta de intercambio.
– ¿Por qué capturaron la nave de Ot Brun?
– Queríamos conocerte. Mostrarte que la libertad es alcanzable.
– Pero no puedo quedarme...
– Rohul, la libertad, vas a tener que ganarla –dice ella. Ot Brun, escoltado solamente por un hombre, se les acerca. Mira adusto a su trofeo. Rohul le devuelve la mirada con odio.
– Debemos seguir nuestro camino –anuncia el rigeliano.
La nave asciende hacia la negritud. Ewa observa desde lo alto de la cúpula. El cono plateado se aleja rumbo al extremo de la vía láctea.
– Es sólo un niño –suspira Ewa.

(viene de Golem Recargado)

2 comentarios:

Lidia Blanca Castro Hernando dijo...

Te envidio tanto, Luis... de verdad Tenés una maestría para los cuentos fantásticos que yo nunca pude y creo que no podré conseguir. Bueno... no es sólo envidia, por supuesto y aunque sea sana y no mata, merecés que te felicite como es debido. Bravo!!!
Lidia

Acqualux dijo...

Lidia. Agradezco infinitamente tu comentario.