jueves, 10 de diciembre de 2009

Resiste Hasta Morir

La masa baila.


El bom-bom-bom- bo

marca el pulso.

Tweeters escupen agudos.

Tenso el muslo.

Ojos rasgados.

Me miran.

El espejo pared es la estrella de la noche conteniendo el reflejo de los danzantes, absorbiendo sus almas. La bella de extraña mata dorada, delineador rabioso, sonrisa pétrea carmesí, protegida por el rayo amarillo, emerge de la pana negra. Dulce planta carnívora.

La quiero.

               La busco.

                             Voy hacia ella.

                                                   Paso directo.

                                                                  Amago y bamboleo.

                                              Pasos cortos.

                                                                  Dos, seguidos.

                                                                                        Rápidos.

                                                                                                      Precisos.

                                                                                                                     STOP.

                                                                                                                               Amago.

                                                                                                             Uno y dos.

                                                                                                                              P a s o l a r g o.

                                                                                                                               ¡Ahora!

Estoy al lado de ella. Siguiendo el ritmo, suelto las palabras. Me mira, me ignora. No más sonrisa, una raja. Es ella y el espejo. Continúo articulando, profiriendo, orando. Sus poliméricos labios se arquean un instante. Es mía, me entusiasmo. Pronuncio, emito, despacho más palabras. Las ignora. Ella y el espejo, el uno para el otro. Ya no me importa. Mis hijas, las palabras, brotan y brotan de mi boca. Cobran vida, me rodean. Son amables, mis compinches, las palabras. Río a carcajadas, jotas y aes bailan alrededor de la blonda enamorada del espejo, de sí misma. Hablo, hablo, hablo, poseído por la fuerza generadora de mi voz. Entro al baño, riego el mingitorio y ellas a borbotones son escupidas por mi boca. Vuelvo a la pista, dejo atrás la barra y subo las escaleras, declamando entre risas, escoltado por ellas, las palabras. Saludo hacia la masa danzante con la mano e irrumpo en la fría calle.

Mis compañeras se desvanecen. Oscuridad. Gélida soledad. Un perro con la mandíbula inferior arrancada, cayéndose moribundo y sangrante, irrumpe por la esquina. Otros dos, robustos y famélicos, lo persiguen. Alcanzan al herido. Se arrojan sobre él. Lo muerden gruñendo con furia. Tironean de sus patas traseras queriendo desgarrarlas. El moribundo se retuerce. Apenas lucha. Un aullido quiebra las tinieblas. Un cerdo enorme, mugriento, peludo, acomete por la misma esquina. Se abalanza sobre el animal rendido. Cebados por la sangre que corre, los tres voraces, descuartizan al animal que chilla como un infante humano ¡Qué estoy viendo! ¡Un taxi! Lo paro.

– ¡Sáqueme de aquí!

– Tranquilo, pibe ¡¿Qué tomaste?!

– Nada , nada –contesto. La vereda está desierta. Le digo al tachero a dónde ir. Arranca.

– Me asustate, flaquito –confiesa. Sonrío. Es humano, se asusta, habla, fuma cigarrillos, escucha tangos, puedo irme a dormir... lástima no haber ganado una hembrita.

En casa me pongo piyamita y me acurruco bien bajo las mantas. Los párpados ceden. Un pequeño y suave remolino en la coronilla endulza el viaje. De pronto un estruendo ¡Un quilombo terrible! ¡¿Qué está pasando?! A través de la pared que separa mi vida de la de los vecinos llegan las acaloradas voces de una agria discusión entre dos o tres personas. Vidrios crujen. Vuelcan una mesa. Chillidos femeninos. Insulto masculino y dos disparos ¡DOS DISPAROS! Mi corazón se detiene ¡No, mi Dios, me muero! Lub-dup, arranca de nuevo ¡¿Qué está pasando?! Miro la pared. No me contesta. Acomodan un mueble. Pasos. Voy hasta la puerta. Abro una pequeña rendija. La puerta del departamento de al lado se abre con un tímido chirrido. Asomo apenas mi hocico.

– ¡¡ADENTRO HIJODEPUTA!! –grita el cañón de un revólver gigante ¡¡¡SLAM!!! Cierro la puerta y me arrojo a la cama como un clavadista mexicano.

Amanece. Los rayos del sol hacen vuelo rasante sobre el asfalto de las avenidas rebotando sobre piedritas que, por un instante, parecen preciosas. TOC TOC. Sobresalto y salto de la cama a ver quién es. Una vez más soy un inconsciente y abro. Mil watts velan mi retina. Caigo de espaldas, no puedo reprimir un sollozo.

– ¡Somos de Telediario! ¿Qué podría decirnos de este salvaje asesinato perpetrado nada menos que pared de por medio de su propia vivienda? –invade un cronista apuntándome con un micrófono. El sollozo se convierte en un llanto a gritos.

– Calma, joven, tranquilícese. Veo que era allegado de la parejita masacrada – respondo que no con la cabeza.

– ¿Que le ocurre, entonces? –interroga con falsa dulzura.

– Me asusté.

– No es para menos –acota y gira enfrentando a la cámara– Es comprensible. Que acontecimientos como estos, ¡crímenes salvajes!, nos asolen a cotidiano en este convulsionado Buenos Aires de hoy, es para que este joven, usted señora y yo, estemos todos muy asustados.

– No, no... –interrumpo ya más compuesto– No, no es eso... –el cronista se vuelve hacia mí bruscamente.

– Entonces, ¿qué es lo que lo asusta?

– ¡Usted!

– ¿Te referís a mí? ¿Yo soy de temer? ¿Yo? ¿Yo? ¿Yo? ... –el cronista queda tildado. Todo lo que está más allá del cuarzo con el que me tuesta el asistente del camarógrafo es una oscuridad misteriosa. Una figura inquieta avanza quedando parcialmente iluminada ¡¡¡¡ES ÉL!!!! ¡¡¡¡¡EL ASESINO!!!!! Me mira con una sonrisa feroz ¡¡¡¡¡¡ES UN CANA!!!!!! Empujo al cronista, al camarógrafo y al asistente afuera del depto gritando como un loco.

¡¡¡NO SE NADA!!! ¡¡¡NO VI NADA!!! ¡¡¡FUERA, FUERA!!!







– Tu situación actual no está bien, tenés todo en baja. Recién en dieciséis días va a estar todo arriba. Pero no desesperes, vos seguí bajando y bajando y cuando toques fondo, ¡empujá para arriba! –aconseja Piero, mi amigo parapsicólogo, calculando el biorritmo– Recuerda que es sabio aquel que como el agua, llena todos los baches y se adapta a todos los continentes –dejo al místico satisfecho con su frase y voy para el centro, a la casa de mi novia, la exuberante F.

– Llegás justo, estaba terminando de poner la mesa –dice invitándome a pasar. En una de las esquinas del único ambiente, un arbolito de navidad me sorprende con su centenar de luciérnagas multicolores. Me acerco. Observo sus ramas nevadas y los infaltables adornos, las bolas de cristal de colores. Al pie del árbol se extiende un pesebre de porcelana con un niño rozagante, que dista mucho de tener el aspecto de un recién nacido. También está María, hermosa y con sus labios abiertos mirando al cielo; José, de barba cana y con gesto adusto, mira al niño. Los reyes, ricachones rebosantes de oros, los rodean. Toda una multitud de animales domésticos completa la escena. A un costado, una mesa con un mantel de hilo ofrece un delicioso banquete, nueces, almendras, higos, dátiles, confituras, frutas abrillantadas, pan dulce casero y turrones de yema de huevo, mis preferidos. Con sólo ver la mesa recuerdo que tengo una bolsa crujiente llamada estómago dentro de mi ser carnal. Olas de saliva saltan de mi boca, me arrojo sobre la mesa, enceguecido por el hambre. Engullo a dos manos los reconstituyentes manjares ¡Están riquísimos! La bella F goza con mi voracidad. Con su andar gatuno, va hasta un fonógrafo y pone un disco de pasta. Navidad Blanca de Bing Crosby. Me atraganto y giro hacia ella, alarmado.

– ¿Qué te pasa, no te gusta la navidad? –pregunta.

– Para ser sincero, no. No me gustan. Sé que no tengo motivos ni los voy a inventar ahora, mucho menos considerando que hoy es ¡veinticuatro de julio, F!

– ¿Y? –se acerca con su andar– No veo cuál es la razón para que te pongas así.

– Es que estoy desesperado... Esta madrugada hubo un asesinato al lado de casa, después a la mañana vinieron los de Telediario. Estoy muy mal ... –y no puedo seguir lamentándome porque F se coloca encima mío, poco a poco me envuelve y después de hamacarnos cadenciosamente quedo tirado, todo empapado en su gel visceral. Necesito una lengua animal que me lama para que pueda volver a respirar por mí mismo ¡SLURP! Cumple F, luego me toma de la mano y me lleva a la casa de una amiga.

– Ella tiene lo que vos estás necesitando.

– ¡Maravilloso! –exclama esa voz como de locutor que siempre resuena en mi interior, mientras mis ojos miran pasar a través de la puerta plegable del ascensor, jaula negra de hierro forjado, los números de los pisos estampados sobre óvalos enlozados– ¡Realmente maravilloso! Todo el mundo sabe lo que el otro no sabe de sí mismo. X sabe lo que a P necesita. P a su vez sabe lo que M necesita ¡Nadie sabe nada! Pero, yo estoy chocho de alegría porque F, mi ocasional benefactora, sabe lo que yo necesito y lo tiene su amiga.

Llegamos a un edificio de dos pisos. Subimos una escalera de peldaños de mármol y baranda de bronce. Una mujer extraña de cabellos cortos negros y ojos fríos nos invita a pasar, antes mira para todos lados.

– Pasen, pasen, pónganse cómodos que yo estoy en una historia, en unos minutos vuelvo con ustedes ...

– Historia, ¿eh? –digo cuando se va– ¿En qué historia está metida esta mina? –sobre una mesita veo unas botellas. Voy hacia ellas, Gin, vodka y un Ballantines ¡Un Ballantines! Esto debe ser algo digno de catar, me digo. De un aparador tomo un vaso y me lo sirvo bastante cargado. Hago un fondo blanco. ¡Buen whisky! ¡Cheto! Pasó por el esófago sin hacerme sufrir, una delicadeza. Me sirvo otro. Lo bebo. ¡Ja ja ja ja ja ja, está muy bueno!

– ¿Y Ojos Fríos? –pregunto a F entre risas.

– ¡¡Shhhh!! Portate bien y no le pongas nombres raros, ya dijo que está haciendo negocios.

– ¡Negocios! Negocios son negocios, ¿qué clase de negocios hace tu amiguita? –insisto con la suspicacia. Me tomo el tercer whisky ¡Uyyy uuuuuuuyyy uuuuuuuyyyy! El hepatos se hace presente a la fiestita. Aquí estoy yo dice inflamándose y me dejo caer en un sillón hundiéndome entre las flores de los almohadones. Entra Ojos Fríos toda pizpireta, seguida de una sombra alta y flaca. Se hace la luz y el que era sombra tiene sus ojos oscuros clavados en los biliosos míos.

– ¿Nos conocemos de algún lado? –pregunta ¡¡Es él!! ¡¡¡El asesino!!!

– ¡No! ¡No nos conocemos! ¡No vi nada! –respondo entre sollozos. F y su amiga me observan con aversión. El flaco las saluda secamente. A mí me hace una pequeña venia y se va. Lloro a moco tendido.

– ¡F! ¡¿Qué le pasa a tu amigo?! –pregunta Ojos Fríos.

– Está necesitando tu medicina –contesta la otra.

– ¡¿Medicina?! –me alarmo– ¡¿Qué medicina?! ¡¿Qué me van a hacer, traidoras?! –Ojos Fríos vuelve a la habitación contigua y reaparece portando una bandeja de plata que espeja en su superficie una pronunciada montañita de polvo blanco.

Noche. Avenida. Corro siguiendo el ilusorio cordón de luces azafranadas de las farolas. Corro y corro queriendo alcanzar el inalcanzable punto de fuga. El frío lo posee todo. Agujero negro, me sumerjo en él. Escaleras abajo, allá voy.

La masa baila.

El bom-bom-bom-bo

marca el pulso.

Tweeters escupen agudos.

¡¡¡¡NO!!!! Salgo corriendo escaleras arriba. Cruzo como un relámpago calles y avenidas. Autos y motos nada son para mí. La autopista se abre al frente. ¡¡¡AAAAARF!!! La devoro con mi velocidad. Llego al aeropuerto. Todavía puedo tomar el último vuelo. American Airlines. Un pasaje a Hollywood ¡Alguien va a pagar por todo esto! Beverly Hills.

¡¡¡¡SYLVESTEEEEEEER!!!! –aúllo cuando lo veo.

Y le rompo la cara a Stallone (miembro honorable de la reserva de occidente).

3 comentarios:

manolotel dijo...

He disfrutado con esta narración y estoy con todo lo anterior. Hay mucha imaginación y un estilo muy original en estos relatos.

Un saludo cordial.

Acqualux dijo...

Muchas gracias Manolotel

Chinchiya dijo...

Muy bueno!! en general no me banco textos largos leídos en pantalla... pero este me mantuvo al borde de la silla!