viernes, 21 de febrero de 2014

ROCKERO CAGANDO Y THE DRILLER KILLER: LO PUNK

Creo que fue en 1984, tal vez 1985, un amigo de entonces, Luis Frangella, organizó en el CAYC (Centro de arte y comunicación) una muestra colectiva con artistas del East Village neoyorquino. En esa época el CAYC, conducido y creado por Jorge Glusberg, era uno de los pocos lugares donde se podía acceder a expresiones artísticas vanguardistas, novedosas y experimentales dentro de una arquitectura futurista y caprichosa. Conocí a Frangella en el Café Einstein, me impactó con una performance: pintaba una mina con las piernas abiertas, la concha abiertísima, debajo de la concha un plato, en el plato una cabeza, la de Juan el Bautista. De la concha salía sangre, mucha sangre, inundaba la cabeza de Juan. Después Luis se metía atrás del cuadro, lo rasgaba con una trincheta, aparecía por la concha. Después destrozaba todo. Hice un corto en súper 8 con esa performance. Unos años más tarde me robaron la cinta en el Medio Mundo Varieté, otro antro artístico de los ochentas. Frangella había abandonado Buenos Aires y su profesión de arquitecto, vivía en el East Village como artista plástico, convivía con la nueva generación de artistas, Baskiat y otros.
En esa muestra del CAYC  uno podía ver obras de esa gente. Un shock. Eso fue para mí. Había un cuadro: Rockero cagando, no recuerdo el artista. Un fondo rojo sangre, pinceladas gruesas, desparejas, del borde superior pendía un cable que se enroscaba en el cuello de un muchacho con corte punk vestido con traje negro, ajustado a pesar de la ultradelgadez, camisa blanca, corbata negra. De una de sus manos caía una guitarra eléctrica. Abajo de sus pies una silla volteada, el cabo de cable que colgaba del cuello del ahorcado  culminaba en una bombita rota. El tamaño del cuadro era como el de un afiche. Fui a ver ese cuadro una y otra vez. Me obsesioné. Decidí robarlo. Justo estaba en una esquina, en un ciego de las cámaras de seguridad. En mi obsesión planifiqué el robo al detalle: en la muestra regalaban unos afiches, yo tenía ya varios de esos posters, eran las cortinas de mi dormitorio, cortaría el cuadro, lo doblaría junto con un afiche y me lo llevaría. La tarde que fui con la trincheta en el bolsillo, el tipo de seguridad no dejó de seguirme en ningún momento. No me animé a robar el cuadro. Sólo me quedó la sensación: nunca había visto algo tan punk como esa pintura.
Días atrás di con Driller Killer, un largometraje de Abel Ferrara del año 1979. Clasificado de clase B y prohibido en Inglaterra en 1984, lo logró: es tan punk como Rockero cagando. Y me pegó igual. Hecho con un presupuesto muy bajo y protagonizado por el mismo Abel Ferrara con el alias de Jimmy Laine, han clasificado a Driller Killer de película de horror barato, del peor gore, de inclasificable pretenciosa y es para mí una auténtica pieza de cine de autor. Ya se perfilan muchas de las escenas con las que el bueno de Abel hará las de Caín en los futuros films, escenas de lesbianismo, iconografía católica, marginalidad urbana, desenfreno.
Cuenta la historia de Reno Miller, un joven artista plástico que convive con dos chicas, una de ellas su novia (Carol), la otra amante de su novia (Pamela). Está pintando un cuadro que cree que es su obra maestra, la que los va a salvar para siempre, pero no puede terminarlo. Deben el alquiler y no pueden pagar las cuentas. Reno no conoce a su padre y lo busca entre los homeless que abundaban en el New York de fines de los setentas. Pamela es fan de una banda punk, Tony Coca Cola & the roosters, y los trae a vivir al mismo edificio en que viven ellos. Ensayan día y noche, eso termina de enloquecer a Reno. Se compra un cinturón batería que ve en un llame ya y empieza a salir solo en las noches con su taladro.
El guión de Nicholas Saint John, con aires profundos y torturados, arranca con una situación incomprensible, presentándonos a Reno como una persona tensa e inestable en una iglesia, escapa de ahí junto con su novia y van a buscar a Pamela a un antro, las situaciones se suceden en aparente desconexión hasta que estamos inmersos en la cotidianeidad irregular de los protagonistas, el uso de la música y lo sangriento nos evoca a Darío Argento: Driller Killer tiene escenas únicas, como cuando Reno pinta el retrato de Tony Coca Cola, , vemos al artista en pleno proceso creativo, poniendo capas sobre capas de color

hasta finalizar con una obra original que capta la esencia del retratado mientras el modelo tiene sexo con Pamela. De clima agobiante constante, Abel resuelve la trama de un modo muy, muy inteligente.

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